Una introducción a El Capital no puede tener actualmente otro sentido que justificar el interés de su lectura para comprender el capitalismo contemporáneo. Francamente, no es tan difícil. En efecto, la gran prensa económica suele hacer periódicamente referencia explícita a la crítica marxista del capitalismo. Así, en su edición del 19 de diciembre de 2002, The Economist escribía que “el comunismo como sistema de gobierno está muerto o agonizante” pero, no obstante “su porvenir parece asegurado en tanto que sistema de ideas”. Business Week del 20 enero de 2003 evocaba el retorno de la lucha de clases. Más recientemente, en el Financial Times del 28 de diciembre de 2006, John Thornhill señalaba que “el reciente desarrollo de la mundialización que, desde muchos puntos de vista, recuerda a la época de Marx, ha conducido sin ninguna duda a un interés renovado por su critica del capitalismo (…)
¿Cómo puede ser que el dos por ciento más rico de la población adulta posea más del 50% de la riqueza mundial mientras que la mitad más pobre no posea más que el 1 %? ¿Cómo se puede comprender el capital sin leer Das Kapital?”. En Francia, Jacques Attali, acaba de publicar une biografía de Marx [3] en la que sostiene que sólo hoy podemos plantearnos las cuestiones a las que respondía Marx.
Sin embargo, estas referencias no son suficientes para ignorar una objeción, a fin de cuentas legitima: ¿reclamándonos de una obra fechada en el siglo XIX para analizar la realidad actual, no nos arriesgamos a caer en un arcaísmo dogmático? Esta alusión al arcaísmo debe tomarse en consideración, y puede justificarse a partir de dos postulados, de los cuales uno solo sería suficiente para convertir en caduca la referencia marxista. Para justificar el recurso al aparato conceptual marxista, tendremos que poner en cuestión uno y otro de esos postulados.
El primero es que la ciencia económica habría realizado, después de Marx, progresos cualitativos, e incluso habría efectuado cambios de paradigma irreversibles. En ese caso, el análisis marxista se habría vuelto obsoleto, no tanto en razón de las transformaciones de su objeto, sino por los progresos de la ciencia económica.
Pero esta concepción de la “ciencia económica” como una ciencia, y en todo caso como una ciencia unificada que ha progresado linealmente, debe ser recusada. Contrariamente a la física, por ejemplo, los paradigmas de la economía continúan realmente coexistiendo de manera conflictiva, como lo han hecho desde el comienzo.
La economía dominante actual, llamada neoclásica, está construida sobre un paradigma que no difiere en lo fundamental del de las escuelas pre–marxistas o incluso pre–clásicas. El debate triangular entre la economía “clásica” (Ricardo), la economía “vulgar” (Say o Malthus) y la crítica de la economía política (Marx) continúa aproximadamente en los mismos términos. Las relaciones de fuerzas que existen entre eso tres polos han evolucionado, pero no según un esquema de eliminación progresiva de paradigmas que caerían poco a poco en el campo pre–científico.
La economía dominante no domina a causa de sus efectos de conocimiento propios, sino en función de las relaciones de fuerza ideológicas y políticas más generales. Por poner un solo ejemplo, podemos referirnos al debate perfectamente de actualidad sobre las “trampas del desempleo” : las indemnizaciones demasiado generosas desanimarían a los parados a retomar un empleo y ésta sería una de las principales causas de la persistencia del paro. Curiosamente, se trata exactamente de los mismos argumentos que ya fueron avanzados en Gran Bretaña para rechazar la ley sobre los pobres (en 1832). Se trata pues de una cuestión social que ningún progreso de la ciencia ha conseguido superar.
El segundo postulado afirma que el capitalismo de nuestro tiempo sería cualitativamente diferente del que fue objeto de los estudios de Marx. Sus análisis pudieron ser útiles para comprender el capitalismo del siglo XIX, pero han acabado resultando obsoletos por las transformaciones que han intervenido desde entonces en las estructuras y los mecanismos del capitalismo. Es verdad, evidentemente el capitalismo contemporáneo no se parece, en sus formas de existencia, al que conoció Marx. Pero las estructuras determinantes de este sistema permanecen invariables; es más, podemos sostener que, por el contrario, el capitalismo contemporáneo está más próximo de un funcionamiento “puro” de lo que lo estaba el de la “edad de oro” que va desde la Segunda Guerra Mundial a la mitad de los años setenta.
¿Cómo puede ser que el dos por ciento más rico de la población adulta posea más del 50% de la riqueza mundial mientras que la mitad más pobre no posea más que el 1 %? ¿Cómo se puede comprender el capital sin leer Das Kapital?”. En Francia, Jacques Attali, acaba de publicar une biografía de Marx [3] en la que sostiene que sólo hoy podemos plantearnos las cuestiones a las que respondía Marx.
Sin embargo, estas referencias no son suficientes para ignorar una objeción, a fin de cuentas legitima: ¿reclamándonos de una obra fechada en el siglo XIX para analizar la realidad actual, no nos arriesgamos a caer en un arcaísmo dogmático? Esta alusión al arcaísmo debe tomarse en consideración, y puede justificarse a partir de dos postulados, de los cuales uno solo sería suficiente para convertir en caduca la referencia marxista. Para justificar el recurso al aparato conceptual marxista, tendremos que poner en cuestión uno y otro de esos postulados.
El primero es que la ciencia económica habría realizado, después de Marx, progresos cualitativos, e incluso habría efectuado cambios de paradigma irreversibles. En ese caso, el análisis marxista se habría vuelto obsoleto, no tanto en razón de las transformaciones de su objeto, sino por los progresos de la ciencia económica.
Pero esta concepción de la “ciencia económica” como una ciencia, y en todo caso como una ciencia unificada que ha progresado linealmente, debe ser recusada. Contrariamente a la física, por ejemplo, los paradigmas de la economía continúan realmente coexistiendo de manera conflictiva, como lo han hecho desde el comienzo.
La economía dominante actual, llamada neoclásica, está construida sobre un paradigma que no difiere en lo fundamental del de las escuelas pre–marxistas o incluso pre–clásicas. El debate triangular entre la economía “clásica” (Ricardo), la economía “vulgar” (Say o Malthus) y la crítica de la economía política (Marx) continúa aproximadamente en los mismos términos. Las relaciones de fuerzas que existen entre eso tres polos han evolucionado, pero no según un esquema de eliminación progresiva de paradigmas que caerían poco a poco en el campo pre–científico.
La economía dominante no domina a causa de sus efectos de conocimiento propios, sino en función de las relaciones de fuerza ideológicas y políticas más generales. Por poner un solo ejemplo, podemos referirnos al debate perfectamente de actualidad sobre las “trampas del desempleo” : las indemnizaciones demasiado generosas desanimarían a los parados a retomar un empleo y ésta sería una de las principales causas de la persistencia del paro. Curiosamente, se trata exactamente de los mismos argumentos que ya fueron avanzados en Gran Bretaña para rechazar la ley sobre los pobres (en 1832). Se trata pues de una cuestión social que ningún progreso de la ciencia ha conseguido superar.
El segundo postulado afirma que el capitalismo de nuestro tiempo sería cualitativamente diferente del que fue objeto de los estudios de Marx. Sus análisis pudieron ser útiles para comprender el capitalismo del siglo XIX, pero han acabado resultando obsoletos por las transformaciones que han intervenido desde entonces en las estructuras y los mecanismos del capitalismo. Es verdad, evidentemente el capitalismo contemporáneo no se parece, en sus formas de existencia, al que conoció Marx. Pero las estructuras determinantes de este sistema permanecen invariables; es más, podemos sostener que, por el contrario, el capitalismo contemporáneo está más próximo de un funcionamiento “puro” de lo que lo estaba el de la “edad de oro” que va desde la Segunda Guerra Mundial a la mitad de los años setenta.
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