¿Qué entender hoy por socialismo? La pregunta se hace desde nuestro presente, aunque lo que nos ocupa o preocupa ahora es el socialismo del futuro o el futuro del socialismo. Pero cabe preguntarse a su vez: ¿por qué no el socialismo para hoy? Respuesta al canto: porque el socialismo como objetivo visible y viable no está al orden del día. No lo está para los movimientos, fuerzas o partidos que han inscrito ese objetivo en sus programas o banderas. Afirmar esto es sencillamente registrar un hecho. Como lo es también el contraste de su ausencia actual con su presencia estratégica en el largo pasado, que, arrancando de mediados del siglo anterior, se extendería a las décadas de los sesenta o setenta de nuestro siglo. Ya sea que en ese pasado se privilegiara una de las dos vías tradicionales: las llamadas reformista o revolucionaria, socialdemócrata o leninista, el socialismo se ha presentado, durante siglo y medio, como un objetivo estratégico, provisto de ciertas señas de identidad.
Hoy, sin embargo, no es tal objetivo. No lo es en los países capitalistas desarrollados, incluso cuando se persigue, con este o aquel matiz, un Estado más solidario, más democrático, o una sociedad más justa o más igualitaria. El socialismo se deja para mañana. Tampoco es ese objetivo en los países del llamado Tercer Mundo, cuya preocupación principal está en sus relaciones desiguales con el Norte. Y, dentro de él, por lo que toca a América Latina, el objetivo prioritario actual para la izquierda es, asimismo: a) defender la democracia ante las tentaciones o tentativas autoritarias; b) ampliarla o profundizarla en los países en los que ha sido arrancada —o concedida por las dictaduras militares—; o c) sanear, depurar la democracia política sancionada formal, constitucionalmente, allí donde el fraude y el engaño la pervierten. En verdad, si dejamos a un lado las fuerzas mesiánicas que aún quedan y que, por la vía armada, pretenden llegar al socialismo, es la democracia —con diferente contenido en cada caso—, y no el socialismo, lo que está al orden del día. Y lo ha estado incluso para la revolución sandinista en Nicaragua, que se consideraba legítimamente a sí misma, no sólo como una revolución popular y antiimperialista, sino también democrática, y que, por su ñdelidad a la democracia, no dudó en dejar el poder.
Hoy, sin embargo, no es tal objetivo. No lo es en los países capitalistas desarrollados, incluso cuando se persigue, con este o aquel matiz, un Estado más solidario, más democrático, o una sociedad más justa o más igualitaria. El socialismo se deja para mañana. Tampoco es ese objetivo en los países del llamado Tercer Mundo, cuya preocupación principal está en sus relaciones desiguales con el Norte. Y, dentro de él, por lo que toca a América Latina, el objetivo prioritario actual para la izquierda es, asimismo: a) defender la democracia ante las tentaciones o tentativas autoritarias; b) ampliarla o profundizarla en los países en los que ha sido arrancada —o concedida por las dictaduras militares—; o c) sanear, depurar la democracia política sancionada formal, constitucionalmente, allí donde el fraude y el engaño la pervierten. En verdad, si dejamos a un lado las fuerzas mesiánicas que aún quedan y que, por la vía armada, pretenden llegar al socialismo, es la democracia —con diferente contenido en cada caso—, y no el socialismo, lo que está al orden del día. Y lo ha estado incluso para la revolución sandinista en Nicaragua, que se consideraba legítimamente a sí misma, no sólo como una revolución popular y antiimperialista, sino también democrática, y que, por su ñdelidad a la democracia, no dudó en dejar el poder.
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