martes, 6 de diciembre de 2011

LA REFORMA UNIVERSITARIA EN EL SIGLO XXI: NESTRO KOHAN




 

Salud, hermanos y hermanas de Colombia! Alegría enorme enterarnos y saber que el movimiento estudiantil está de pie y sigue luchando a pesar de tanta represión y hostigamiento contra el movimiento popular colombiano. La lucha de ustedes por una educación gratuita y al alcance de todos y todas es también nuestra, en el sur de la Patria Grande, Nuestra América.


Desde 1918 hasta hoy, casi un siglo después, la larga marcha de la Reforma Universitaria ha planteado siempre, al mismo tiempo, la doble tarea de transformar la Universidad y cambiar la sociedad.

Deodoro Roca, redactor del Manifiesto Liminar de junio de 1918 y el primer ideólogo de la Reforma Universitaria de Córdoba (que dio nacimiento a un movimiento continental que ya lleva un siglo) nos enseñó que detrás de la Universidad y sus debates pedagógicos… se encuentra un mundo entero por descubrir y transformar.  No habrá reforma universitaria sin cambios radicales en la sociedad. Ni en Colombia ni en ningún país del mundo.
No debemos parcelar nuestra lucha. Ni solo cambios educativos y pedagógicos, ni exclusivamente cambios económicos, sociales y políticos. ¡Ambos al mismo tiempo! Un nuevo proyecto pedagógico —que cuestione no sólo los contenidos sino también la estructura jerárquica, elitista y burocrática que gobierna actualmente los estudios académicos, sus “claustros” medievales, las normas de producción, consumo y circulación del saber e incluso sus formas de evaluación y consagración— implica y presupone, necesariamente, un nuevo proyecto de sociedad. Constituye una ilusión absolutamente errónea e ingenua el pretender cambiar la Universidad dejando intacto todo el andamiaje social, político e institucional del cual la Universidad es expresión en el terreno de la pedagogía y la ideología.

El puro universitario es una cosa monstruosa”, afirmaba Deodoro Roca y tenía toda la razón. Lucha estudiantil y debate pedagógico que no se prolonguen en una lucha por cambiar cada país, el continente y el mundo constituyen un escapismo de la peor calaña. Sencillamente apesta.

Ese ha sido justamente, durante el último cuarto de siglo por lo menos, el señuelo que las ONGs subvencionadas por el imperialismo y otras agencias de financiamiento “inocente” (como el Banco Mundial…) han promovido entre el mundo académico, sus estudiantes, sus profesores/as y sus intelectuales. Bajo la bandera tramposa del “profesionalismo” y el culto mediocre del “especialista” se ha inducido el apoliticismo. Usando mal y de manera frívola y superficial las reflexiones de Pierre Bourdieu sobre las diferencias entre el “campo intelectual” y el “campo político” (haciendo caso omiso de las conclusiones del último Bourdieu que revisa y modifica su propia teoría), se nos pretendió recluir en el mundo gris y opaco de las revistas “con referato” para eludir cualquier involucramiento y cualquier compromiso con las luchas sociales de nuestros pueblos. 

Tenemos que cuestionar este modelo de Universidad. No basta con reclamar mayor presupuesto para la educación. Tampoco con pedir únicamente educación gratuita, incluso si se propone nacionalizar empresas para financiar la educación (ambas banderas justas y legítimas, desde ya). El movimiento estudiantil debe ser menos tímido. Nuestros proyectos deben ser más ambiciosos. No alcanza con mantener intacta la actual Universidad simplemente dotándola de mayor cantidad de dinero. ¡Hay que cambiar de raíz esta universidad, que hoy es legitimadora del orden capitalista dependiente y de su cultura colonial! 

El Che Guevara nos reclamó ““Qué la universidad se pinte de negro, que se pinte de mulato, no sólo entre los alumnos, sino también entre los profesores, que se pinte de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo, porque la Universidad no es el patrimonio de nadie y pertenece al pueblo”. Ese y no otro es el viejo sueño de Simón Bolívar y Simón Rodríguez. Moral y luces. Una nueva pedagogía, desde una nueva ética y en el marco de un nuevo horizonte político de cambios radicales.
Históricamente, el estudiantado formó parte de lo más avanzado del movimiento popular latinoamericano. Fue parte de (disculpas si esta categoría asusta, pero sigue siendo útil) la vanguardia en la lucha  popular contra las injusticias y por un mundo mejor. De allí nace la famosa consigna de la Reforma Universitaria de 1918: «¡Obreros y estudiantes: unidos adelante!» Violeta Parra, entrañable compositora y cantante chilena, lo inmortalizó en aquella famosa canción: “¡Me gustan los estudiantes!” (también conocida como “¡Qué vivan los estudiantes!”), tantas veces repetida en fogones juveniles y reuniones estudiantiles. 

Sin embargo, hoy en día la situación ha cambiado. El estudiantado es carne de una feroz disputa entre el campo revolucionario y el imperialismo. La USAID y la NED, entre otras “instituciones benéficas y desinteresadas” (como hace décadas lo fue la Fundación Ford, otra máscara de la CIA) ponen gruesas sumas de billetes para dividir, neutralizar, cooptar y comprar al movimiento estudiantil de nuestro continente. 

No es casual que en Venezuela un segmento importante del estudiantado esté enrolado y se movilice bajo banderas y consignas profundamente reaccionarias, elitistas y que no le pertenecen. Algo similar sucede en algunas regiones de Bolivia, donde el movimiento universitario se ha dejado arrastrar por la derecha racista y “autonomista” contra los indígenas, contra el campesinado y contra la clase obrera. En ambos casos se deja ver la garra del imperialismo, sus departamentos de “guerra psicológica”, sus instituciones de cooptación disfrazadas de “inocente y suave sociedad civil”.

Para enfrentar esta manipulación necesitamos sembrar en amplios sectores de la juventud y el movimiento estudiantil la semilla de la conciencia rebelde, insumisa, clasista, patriótica y antiimperialista, no sólo entre los militantes ya convencidos sino también entre los descreídos, los “apolíticos”, los puramente académicos y los que sólo asisten a la universidad para obtener un título que les permita encontrar empleo y reproducir su fuerza de trabajo en el mercado.

Si esa es la tarea del momento en América Latina, en la especificidad del caso colombiano, el movimiento estudiantil se enfrenta a un intenso peligro, mucho mayor que en el resto de sus compañeros y compañeras del continente. Su militancia cotidiana en centros de estudiantes debe realizarla en medio de una represiva “seguridad democrática” disfrazada de amplia y pluralista, pero que deja el país regado de fosas comunes, «falsos positivos» (curioso eufemismo), desplazados y muertos por doquier. 

Enfrentando al mismo tiempo la cooptación y la represión, el movimiento juvenil necesita recuperar la rebeldía emancipatoria y libertaria de Simón Bolívar y el igualitarismo de Simón Rodríguez, junto con el ejemplo insurgente de todos los libertadores de la Gran Colombia y de Nuestra América. Para ello resulta imprescindible la solidaridad.

A nivel continental, el estudiantado se pone de pie nuevamente. La juventud chilena nos enseña que a la modorra y a la mediocridad posmoderna por fin les ha llegado la noche. Vale la pena participar e incluso jugarse la vida por una nueva educación y una nueva sociedad. Y si las cosas no siempre salen bien, a no desanimarse, tener paciencia y prolongar la lucha a largo plazo. Es el tiempo de tomar decisiones no para un par de años sino para toda la vida. 

Los desafíos no terminan cuando se acaban las carreras universitarias. ¡Al contrario! Allí comienzan realmente. Cuando uno estudia, el sistema capitalista (hasta en los países más represivos) permite cierta rebeldía e incluso hasta cierto «hippismo», pero ni bien el estudiantado se recibe se acaba la  aparente «flexibilidad». Allí los engranajes de la maquinaria de dominación se aceitan y requieren que la gente que pudo estudiar abandone de una buena vez todas al ambivalencias juveniles, se ponga directamente y sin más dilaciones al servicio del capital. Llega entonces la hora de “madurar”…, es decir, de arrodillarse y subordinarse al poder capitalista. Poder que olvida fácilmente los «pecadillos juveniles» y requiere de los entonces profesionales que se conviertan en aquello que se espera de ellos: buenos peones y oficiales del capital.

Si no existe una buena y sólida organización estudiantil, si no hay semillas bien sembradas, el estudiantado que culmina sus estudios se incorporará inmediatamente al mundo empresarial y/o al Estado represor. Pero si en cambio se abonó bien el terreno y se consolidó un poderoso movimiento estudiantil (que tenga un proyecto global de universidad y de país, no sólo tres o cuatro consignas agitadoras para una asamblea o una manifestación), la rebeldía podrá prolongarse una vez que se sobrepase la obtención del título. Quien haya logrado construir una conciencia y una sólida identidad política clasista, patriótica, antiimperialista y socialista no se dejará comprar. No alquilará su conciencia y su saber. Trabajará, quizás en el mercado, para comer y sobrevivir, pero pondrá todo lo adquirido, todo su saber, su experiencia, su voluntad y su energía, al servicio de la revolución y de las grandes tareas y fuerzas de transformación social.

Para dar esa disputa, no solo presente sino fundamentalmente futura, pensando no únicamente en el 2011 sino de aquí a varios años, incluso décadas, hace falta consolidar y fortificar el movimiento estudiantil (en Colombia y en toda América Latina), en estrecha alianza con el movimiento de graduados y profesores, rompiendo la lógica corporativa de los “claustros” en función de un mismo proyecto político de alcance nacional y continental: la Patria Grande bolivariana y el socialismo. Alianza que debe prolongarse fuera de la universidad, junto con la clase trabajadora, el campesinado, el movimiento indígena y popular y todos los movimientos de lucha.

En definitiva, las tareas son inmensas, los desafíos más anchos aún. Estamos seguros que ustedes seguirán firmes en la lucha sin equivocar el rumbo y sin dejarse tentar por los falsos cantos de sirena del poder ni los gobiernos de turno. 

Y si en algún momento se aburren, no se olviden lo que advirtió Lenín: no hay nada más divertido que luchar por la revolución (incluso es mucho más divertido que escribir sobre ella).

Seguro nos encontraremos en la lucha
Abrazos fuertes desde el sur y no aflojen

Néstor Kohan
y compañeros/as de la Cátedra Che Guevar

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